8/12/14

Ocho millones de maneras de morir

-Hay ocho millones de historias en la ciudad –dijo-. ¿Se acuerda de aquel programa? Estuvo en la televisión unos cuantos años.
-Me acuerdo –contesté.
-Decían esa frase al final de cada transmisión: Hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda. Ésta es una de ellas –dijo.
-Me acuerdo –dije.
-Ocho millones de historias. ¿Sabe lo que hay en esta ciudad; en esta pestilente cloaca que es esta ciudad? ¿Sabe lo que hay? Tienes ocho millones de maneras de morir.”
 
 
 
 

"Ocho millones de maneras de morir" es una estupenda novela del escritor norteamericano Lawrence Block que después de más de tres décadas (fue publicada por primera vez en 1982) sigue sumando reediciones y asomando el lomo en los estantes de la sección de novela policíaca de la mayor parte de librerías.
 
La novela de Block envejece más que bien. El inolvidable título, lejos de verse perjudicado por el paso del tiempo, sigue desprendiendo ese inconfundible aire de clásico imprescindible (hay muy pocos títulos así) que parece garantizar de manera infalible la calidad de la historia que viene a continuación, y su protagonista, Matthew “Matt” Scudder, hace tiempo que forma parte del elenco de detectives imprescindibles del género negrocriminal.
 
"Ocho millones de maneras de morir" es la quinta novela protagonizada por Scudder. A fecha de hoy la serie cuenta con diecisiete novelas y una última entrega publicada hace un par de años con el título "The Night and the Music" formada por once historias cortas.
 
Tal como sugiere Andreu Martín en el prólogo, ésta es una novela que combina como pocas el romanticismo oscuro y pesimista de los maestros de la novela negra, una trama llena de giros inesperados que garantiza el entretenimiento y una escritura impregnada de un realismo acerado que retrata de una manera muy creíble la violencia de las calles de la Gran Manzana a principios de los ochenta.
 
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En esta entrega, posiblemente una de las más logradas de la serie junto con Los pecados de nuestros padres y Caminando entre tumbas, Block presenta a un Matt Scudder que a pesar de los esfuerzos por remontar sigue zozobrando en la cuerda floja. Su carrera como policía, truncada después de la muerte accidental de una niña de siete años, ya queda lejos. Ahora se gana la vida haciendo trabajos de detective privado sin licencia que a duras penas le dan para alquilar una modesta habitación de hotel y pasar algo de dinero a su ex esposa Anita que tiene la custodia de dos hijos a los que no ve casi nunca. Asimismo, Scudder intenta superar sus problemas con el alcohol asistiendo de manera periódica a reuniones de Alcohólicos Anónimos.
 
La novela arranca cuando una prostituta llamada Kim Dakkinen acude a uno de los bares que Matt suele frecuentar para contratar sus servicios como detective. “La vi entrar. Habría sido difícil no verla. Tenía el cabello rubio, casi blanco, del color nacarado de los niños pequeños…” Al parecer, Kim quiere dejar la prostitución, pero tiene miedo de que al enterarse de sus intenciones el macarra que la ha estado protegiendo durante los últimos tres años, un tipo llamado Chance, la persuada con métodos violentos de que esa no es una buena idea. Scudder acepta el trabajo y empieza a buscar a Chance.
 
Gracias a la ayuda de Danny Boy, un negro albino que ya le pasaba información en su etapa como policía, Matt consigue localizar a Chance. Chance no es el típico chulo: aire de próspero hombre de negocios negro, cínico, refinado, aficionado al boxeo, lector de Nietzsche, empedernido coleccionista de máscaras africanas… asegura que sus mujeres están con él por voluntad propia y que no tiene ningún problema en que Dakkinen se largue: “Yo podría abrir una agencia, Scudder, y la cola de candidatas daría la vuelta a la manzana”. Pero a los pocos días, la chica aparece salvajemente asesinada en la habitación de un hotel. Al principio, todo apunta a que el responsable ha sido Chance, pero su coartada parece irrefutable…
 
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Una de las cosas que más nos gusta del Scudder de "Ocho millones de maneras de morir" es la extraña combinación entre la fragilidad que parece desprender en todo momento el protagonista y una especie de fortaleza interior, que tal vez pueda leerse como férrea esperanza en alguna clase de perdón o redención, que contrarresta esa pulsión autodestructiva. No es nada fácil crear un personaje tan ambivalente que al mismo tiempo resulte creíble. A lo largo de toda la historia esta especie de dicotomía mantiene una tensión interesantísima que nunca se resuelve y lo hace sin incurrir en contradicciones o incoherencias que como decíamos pudieran poner en peligro la verosimilitud del personaje. Hay personajes bien definidos de los que resulta relativamente fácil identificar motivaciones, objetivos... En el caso de Scudder la cosa no funciona así. Scudder no es un tipo fácil de comprender para el lector. Y a pesar de todo el personaje genera empatía y parece actuar con sentido. No sabemos muy bien hacia dónde va, pero de algún modo sabemos que se dirige hacia el lugar correcto.
 
El detective de Nueva York es un superviviente. Está lleno de heridas profundas que parecen cicatrizar muy despacio, heridas que incluso podrían tumbarlo en cualquier momento. Pero Scudder resiste, se mantiene en pie, avanza, ni que sea dando traspiés como un sonámbulo. Y aparentemente lo hace a cambio de muy poco. Para Scudder la recompensa material es lo de menos (cuando Dakkinen le propone el trabajo acepta menos dinero del que podría haberle sacado y, al final, algo parecido sucede con Chance). Incluso diríamos que la necesidad de verdad, en el sentido en el que la entendieron detectives clásicos como por ejemplo Lew Archer, el detective creado por Ross Macdonald, tampoco es el fin último del de Nueva York. Para Matt Scudder la recompensa es moral y hasta espiritual…
 
Intuimos, por lo tanto, que hay algo trascendente en las motivaciones del detective. En sus derivas por las calles, bares, licorerías, iglesias… de la Gran Manzana parece como si no solo estuviera intentando atrapar a un asesino, sino también, y sobre todo, como si intentara alcanzarse a sí mismo, convertirse en un nuevo hombre, un nuevo Scudder que sirva de instrumento a algo superior, ¿a Dios tal vez?.
 
Y es que, a menudo, el detective se muestra como una especie de apóstol vengador dispuesto a todo, incluso a sacrificar su vida, para denunciar la indiferencia de la sociedad ante la violencia generalizada de la que día tras día se hacen eco los periódicos... y con ese gesto, tal vez, dejar atrás un pasado ruinoso: el alcohol, el incidente que terminó con la muerte de la niña Estrellita Rivera... “Pero no tenía que perdonarlo. Ése era el trabajo de Dios, no el mío. Fui capaz de apretar el gatillo. Y no hubo balas que rebotaran, que se perdieran.”
 
En cualquier caso, parece como si Block no quisiera mostrar este aspecto de una manera clara, como si prefiriera que su protagonista se guardara esas cosas para sí. Y puede que de ahí provenga esa especie de torpeza o incluso simplicidad casi infantil típica de Scudder que inevitablemente encuentra la complicidad del lector. “Me pregunté qué sensación produciría rezar y qué podría aportar a la gente. Cuando me encuentro en una iglesia –no importa cuál- me entran ganas de rezar pero no sé cómo.”
 
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En 1985, "Ocho millones de manera de morir" tuvo una adaptación cinematográfica con guión de Oliver Stone y con Jeff Bridges, Andy García y Rosanna Arquette en los papeles principales que no cosechó muy buenas críticas. Recientemente la novela "Caminando entre tumbas" (1992) ha tenido versión cinematográfica con Liam Nesson desempeñando el papel de Matt Scudder.
 
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FICHA TÉCNICA
 
- Título: Ocho millones de maneras de morir
- Título: original: Eight Million Ways to Die
- Autor: Lawrence Block
- País: Estados Unidos
- Año publicación idioma original: 1982
- Año publicación versión leída para la reseña: 2008
- Editorial: RBA bolisllo
- Páginas: 382
- Época y lugar en el que transcurre la historia: Años 80 - Nueva York
- Valoración personal (1-10): 9

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